¿Por qué poner límites muchas veces te da más libertad que no ponerlos?
Imaginemos un perro indisciplinado que va por la calle sin correa, corriendo detrás de cada pájaro o gato que ve, ladrándole a todo el mundo porque sí o tirando tarascones cuando cree que alguien lo quiere agredir. Si el perrito da rienda suelta a su instinto se convierte en un peligro para sí mismo y para los demás, pero el que incorporó algunos límites generará un poco más de confianza en su entorno y también tendrá serenidad con respecto a sí mismo sabiendo hasta dónde puede llegar y dejando de estar alerta o desbordado. De este modo, ganará libertad y hasta podrá andar sin correa ni supervisión.
En el mundo laboral puede que sintamos los límites como barreras. Pero cuando un líder define qué espera de su equipo, establece un marco, responde dudas de manera clara y no deja temas sueltos: no hay casi desgaste en adivinanzas, no hay exceso de responsabilidades que terminan en frustración, hay menos competencia entre los colaboradores y mejor comunicación y cooperación. Eso libera energía que podría ser enfocada en cuestiones importantes que ayuden a crecer al equipo con confianza.
En lo personal ocurre igual: decir “hasta acá” a demandas que no te corresponden o a relaciones que te consumen tiempo y energía en demasía no es perder libertad, es ganarla. Porque sin límites, la energía se diluye en lo que no suma, pero con límites, se multiplica para lo que realmente importa.
Te dejo un cuentito corto (y sin sonido) que armé para acompañar esta nota. Ojalá te resulte entretenido!